Digan su nombre y a qué se dedican

Eramos cinco mujeres sentadas en círculo. No nos conocíamos y por eso el maestro nos pidió que nos presentáramos: “Digan su nombre y a qué se dedican”.

Empezó su presentación una señora de unos setenta años. Dijo que se llamaba Laura, que daba cursos de pintura para niños en la cochera de su casa, que vendía pastelitos los fines de semana y que tenía un huertito en su patio.

Le siguieron así todas las demás. Una era mamá y médico general, daba consultas por las mañanas mientras sus dos hijos estaban en la escuela. Otra era abogada y dijo que ejercía a tiempo completo ahora que sus hijos eran jóvenes universitarios. La cuarta mujer era nutrióloga y nos compartió que daba consultas en línea por lo de Covid y que le venía muy bien porque tenía un chiquito de apenas un año.

Todas ellas compartieron a qué se dedicaban, y una de ellas reaccionaba haciéndoles preguntas. A la señora de setenta y tantos, por ejemplo, le preguntó qué hortalizas tenía en su huertito. A la doctora le preguntó sobre la ubicación de su consultorio, y a la nutrióloga le halagó su profesión y le dijo que le pediría una cita.

Luego me tocó a mí. Y durante el tiempo que tuve de pensar mis palabras, estuve tentada a evadir mi presente y mejor decirles cuál era mi profesión, decirles todas las cosas que había estudiado, aquellos trabajos que he tenido y las maravillas que sé hacer. Pero luego pensé que debía superar ese miedo a ser juzgada porque no trabajo.

Y de mí boca salieron palabras temblorosas: Soy Julieta, no trabajo y soy mamá.

Se quedaron en silencio un momento, sentí como si esperaran que dijera algo más. El maestro fue el primero en hablar y me dijo lo que casi siempre me dicen (y que seguramente dejaran de decírmelo muy pronto) que me veo muy joven para tener tres niñas. Luego me preguntó por sus edades.

La mujer que había estado haciendo preguntas, se dirigió a mí y me dijo muy orgullosa “Sí trabajas, ser ama de casa y mamá es un trabajo, y muy válido, incluso más cansado que otros”.

Le dije que tenía razón, que ese trabajo a veces es más demandante que otros. Pero como si decir la verdad fuera un tren en marcha que ya no se puede parar, mi lengua siguió en movimiento y añadí: “Pero yo no hago el quehacer de la casa”.

Prometo que al momento de decirlo me arrepentí. Si tanto miedo tenía de ser juzgada por no trabajar, ¿para qué me había metido a las arenas movedizas con eso último? A lo mejor me miraron con ojos pelones y bien abiertos por un segundo, seguramente fue una micro expresión, pero yo sentí que fue un minuto de silencio incomodo y miradas juiciosas.

¿Y qué haces todo el día? Me preguntó la misma mujer. Me hirvió la sangre de escuchar el tono de la pregunta. Seguro que te puedes imaginar la forma en que lo dijo.

¿Y qué tiene de malo si no hago nada? ¿En qué te afecta si me la paso picándome la panza? ¿Cuál es el maldito problema si no tengo trabajo y no estoy limpiando y cocinando?

Obvio no se lo dije. Solo lo pensé. En su lugar solo sonreí nerviosamente y dirigí mi mirada al piso. Me quedé con las ganas de contestarle. Pero luego de eso me fui a un café con una amiga y ahí me desahogué, y dije en voz alta todo lo que no me animé a decirle a esa mujer.

No creo que tenga que justificar lo que hago o dejo de hacer en mi vida, y hace mucho que me propuse soltar eso de andar queriendo cumplir las expectativas de la gente. Sin embargo eso no evita que me sienta señalada y juzgada. Sé que no todos opinan mal de mí, pero los pocos o muchos a veces son suficientes para que por momentos me hierva la sangre.

¿Por qué no podemos (y me incluyo) dejar vivir a los demás la vida que quieran vivir sin juzgar? ¡Que manía esa de andar criticando lo que no se ajusta a nuestras creencias o paradigmas!

Y si acaso les entró la duda, yo me la paso a toda madre haciendo nada, nomás aquí disfrutando el paisaje.

4 comentarios en «Digan su nombre y a qué se dedican»

  1. ¡Ay Julieta, me encantó eso de “me la paso a toda madre haciendo nada”!. Hace rato que superé lo de justificarme ante los demás. La gente suele decirme que no hablo nunca de mí misma. Lo que pasa es que no me interesa que me juzguen, así que, como no sea con alguien muy especial, pues paso de dar explicaciones. ¡Y qué bien sienta! Un abrazo.

  2. Hola Julieta, la verdad es que nos debe de importar un pepino lo que digan. Ya sé que es más facil decirlo que hacerlo. Creo que los seres humanos por naturaleza somos juzgones y metiches (aunque no queramos, siempre queremos opinar). Muy buen relato, muy humano, me encantó.

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