Cosas de niñas

Mi mamá me platicó varias veces la historia de cuando yo nací; ya saben de esa satisfacción materna para contar las experiencias de sus crías. En algunas de esas veces, me dijo que mi papá quería que yo fuera niño; ya saben, típico de padres boomers eso de primogenitura masculina.

A lo mejor ahí se me implantó este chip feminista, o a lo mejor es algo de mi generación. Sea como sea, crecí en una burbuja de equidad de género, que más tarde que temprano, me di cuenta que se llamaba feminismo.

Era burbuja, porque ni en mi casa había equidad entre mis padres y mucho menos allá afuera. Por eso tengo la duda del chip implantado al nacer, porque no entiendo cómo pasé desapercibidas tantas desigualdades que me rodeaban. Así que crecí con la certeza de que yo podía trepar los árboles, y los trepaba. Jugaba carritos y diseñaba los túneles más interesantes en esas montañas de tierra que nos encontrábamos en las obras negras. Incluso me gustaba ir delante en las excursiones que hacíamos en el bosque. Sabía que podía hacer lo que quisiera, andaba entre los niños como si nada

Y también jugaba Barbies, por su puesto, tenía una colección enorme. Y la pañalera de mis nenucos guardaba sinnúmero de ropita que mi abuelita confeccionaba a medida. Jugar unos y otros juegos, me parecía de lo más normal.

Pero mi burbuja hizo ¡plop! Tenía que pasar.

Me di cuenta que la mayoría de las personas esperaban que las mujeres nos convirtiéramos en madres, dedicadas al hogar, y que los hombres debían cargar la responsabilidad de pagar las facturas. Ni una y ni la otra me parecieron justas. Empecé a cuestionarlo todo y defendí lo que yo sabía que era justo, lo que me correspondía por ser persona; no por ser hombre o mujer, sino solo por el hecho de “ser”. Yo sabía que podía elegir hacer lo que me diera la gana.

Pero lo que es justo no siempre es lo normal, y cuando no es normal topas con pared. Afortunadamente me di cuenta de esa pared; porque muchas mujeres viven tan acostumbradas a esos muros que no se dan cuenta ni de que existen, y normalizan lo que no es justo.

No me atrevo a juzgarlas a ellas por no ver los muros, ni tampoco puedo culparlas de perpetuarlos en la educación a sus crías, ni criticarlas cuando los defienden como guerreras (sobran las anécdotas, todos tenemos varias). Creo que lo que puedo hacer desde mi trinchera, por que sí siento que a veces esto es como una guerra, es exigir un trato justo para mí y para mis hijas, desde la cotidianidad hasta lo más importante.

Vivo con un hombre que estaba acostumbrado a normalizar las paredes, pero así como muchos y muchas, se fue dando cuenta que lo normal no siempre es justo. Me gusta mucho topar con pared cuando estoy con él, porque entre dos es más sencillo.

La inequidad de género es un muro. Porque no permite que unos puedan hacer lo de un lado ni que las otras hagan lo del otro lado. En cambio la equidad es que tú puedas hacer lo de un lado y lo del otro, y para empezar ¡ni siquiera deberían existir lados! No hay cosas de niños ni cosas de niñas, hay preferencias y gustos y elecciones. Una mujer no es machista por preferir limpiar su propia casa y ni es feminista porque le pague a alguien por hacerlo. Porque son simples y llanas elecciones.

Por eso la inequidad de género es una limitante, es un condicionamiento de lo que debes pensar, hacer o incluso hasta sentir, basado en si eres hombre o mujer. Y el machismo es esa actitud, que tienen tanto hombres como mujeres, que perpetúa esta inequidad (otra vez los ejemplos sobran, ya se los han de saber de memoria).

Yo digo que ahí vamos, ahí vamos… no estamos tan mal como en los 80’s, la verdad sea dicha. Aunque tampoco ya podemos hablar de equidad; no, todavía no estamos ahí. Han habido cambios que nuestras madres, para no ir muy lejos, no pudieron disfrutar. Podría decirse que estamos en la etapa de los detalles, por eso hay que empezar a hablar de micro-machismos y seguir con la misma cantaleta, la de que no hay cosas de niños ni cosas de niñas.

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