Que te mire como si fueras magia

―¡Ay amiga ya no puedo más! ―dijo Gloria suspirando entre lágrimas―, de todas las pendejadas tenía que hacerme esto.

―Qué te puedo decir sin decirte “te lo dije” ―le dijo su amiga al tiempo que le pasaba la caja de los kleenex―. Desde que eran novios tú sabías cómo era, y la verdad es que un hombre infiel es infiel toda la vida.

―Sí, chiquis, pero a mí nunca me había engañado.

―Es eso, o no te habías enterado. Hasta ahora.

Gloria se sonó la nariz con los kleenex, ya tenía un montón en el sillón de su amiga. Había ido a su casa en cuanto vio a su marido con aquella mujer. La Chiquis era como su segunda madre y al mismo tiempo la hermana que nunca tuvo. Ahí con ella sentía que podía reflexionar.

―¿Y ahora que voy hacer? ―pensó en voz alta―, jamás creí que esto me pasaría. ¿Qué va a pensar mi familia? ¿Qué van a decir de mí?

―Pues lo que digan, que te importe un carajo ―replicó la Chiquis mientras se paraba del sillón y se dirigía al armario.

―¿Entonces sí debería pedirle el divorcio? ―preguntó Gloria, pero era más una pregunta para ella misma.

―Creo que es muy pronto para que pienses en eso ―la tranquilizó al tiempo que le acercaba una almohada y una cobija―, tu marido todavía ni sabe que tú sabes. Primero deberías ver qué te dice.

―¿Y qué me va a decir, chiquis? ―preguntó como si le reclamara a su amiga, pero era la tristeza que seguía mojando sus ojos―, va a decir que no es verdad, eso va a decir. 

―A lo mejor te pide perdón ―le aseguró a su amiga, tratando de ocultar su propia incredulidad.

―¡Ey ajá! ―bufó Gloria―, ¿acaso no eres tú la que dijo que un hombre infiel nunca cambia?

―Bueno, tu marido puede ser la excepción ―le dijo con ternura a la vez que la tapaba con la cobija―, además no vas a tomar ninguna decisión ahora. Mira, consultalo con la almohada y mañana seguimos platicando. Tuviste un día muy largo, esos ojos tuyos necesitan descansar ―finalizó la Chiquis y no le dio opción a seguir dándole vueltas.

Las amigas están para escucharse pero también para saber cuándo ha sido suficiente, pensó la Chiquis. Ella sabía que lo mejor para Gloria sería descansar y darse un respiro. Mañana sería otro día. Le dio un beso en la mejilla y le apagó las luces, dejando encendida una velita con aroma a lavanda en la mesita de la sala.

Aunque Gloria sentía que no iba a pegar el ojo en toda la noche le hizo caso y se quedó acostada en el sofá, mirando la velita, haciendo esfuerzo en no pensar. Fue así que, sin que se diera cuenta, empezó a soñar.

―Yo te voy a decir lo que vas a hacer ―le dijo una voz que no reconoció. 

Gloria se dio media vuelta para ver quién era y se encontró con una mujer bajita, vestida con un huipil y una falda larga de colores alegres.

―Mejor dame un tequila para olvidarme de todo ―pidió Gloría cuando ya tenía el caballito en la mano y se lo terminó de un trago.

―Yo también quise ahogar mis penas en licor, pero las condenadas aprendieron a nadar.

―¿Osea que ni el tequila acabará con este maldito dolor? ―le gruñó Gloria a la mujer que llevaba flores en la cabeza.

―Una vida me tomó aprender que el tiempo no regresa y que donde no puedas amar no te demores ―le respondió, con tanta seguridad que Gloria sintió que esa verdad le calmaba el corazón.

―¿Me estás diciendo que me divorcie?
―Te estoy diciendo que busques un amante que te mire como si fueras magia.

Gloria se despertó de repente y se fijó que ya era de día. La Chiquis se acercaba con una taza de café justo en el instante en que Gloria se sentaba en un brinco.

―¡Por Dios Gloria que me espantas! ―dijo en un grito― ¿Qué te pasa? ¿Por qué esa cara?

―Amiga, ¡ya sé lo que voy hacer! ―le respondió con la mirada perdida y llena de ilusión―, Frida me lo acaba de decir.

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