Rebeca tiene habilidad para contar historias, es fácil dejarse llevar con su plática y querer saber más; como aquél martes por la noche en el mismo café de siempre con mis amigas.
Inició contándonos lo avanzada que iba en sus clases de Tarot, mientras me miraba de reojo con una mueca acusatoria por ser la única a la que no le había tirado lectura. La verdad yo no había querido porque prefiero andarme con cuidado de esas cosas. Nos dijo que sus clientes preguntaban siempre lo mismo, que si fulanito me quiere, que si penganito me engaña o si van a conocer a su alma gemela. Pero resulta que tuvo una lectura que la puso nerviosa, no por las preguntas, sino por las respuestas.
La clienta era una chica que buscaba saber si el hombre, con el que estaba saliendo, la amaba; y si se irían a vivir juntos y esas cosas. Cuando Rebeca le tiró las cartas leyó puras advertencias. Nunca le habían salido presagios tan malos, por eso se disculpó con la clienta y volvió a tirarlas. Mayor fue el susto cuando salieron las mismas respuestas. Problemas, muerte, conflictos, muerte. Entonces decidió indagar en la vida de su clienta para tratar de darle significado a lo que le querían decir las cartas.
Supo que el hombre en cuestión era casado y esa chiquilla era la amante. Ella le contó que llevaban cinco años de relación y que él le acababa de prometer que haría maletas y dejaría a su mujer. Pero la jovencita ya no le creía porque siempre era lo mismo, por eso fue a consultar al Tarot.
Era una historia trillada, una de tantas, así que Rebeca le dijo lo que leía.
―No veo que vayas a vivir con él y aquí sale la muerte si él se separa de la esposa.
―¿Por qué? ―Le preguntaba la chica, pero Rebeca solo podía decirle lo que veía en las cartas, no había un futuro juntos, estaba la muerte atravesada en ese camino.
Cuando Rebecá terminó el relato nos quedamos todas calladas, supongo que cada una pensando en la magia del Tarot. Y como si acabara de tener una idea, Rebeca volteo conmigo y me dijo:
―Déjame que te lea las cartas, aquí las traigo… es más, las voy sacando ―hizo un movimiento para buscar dentro de su bolsa.
―No no, Rebeca, por favor. Ya sabes que no ―me apresure a decirle―, prefiero tomarme la distancia con esas cosas, me dan un poco de miedo.
Y así nos pasamos la noche platicando muy a gusto, entre tazas de café y cigarrillos, hasta que nos dieron las doce y nos sacaron del lugar. Siempre éramos las últimas en salir. De camino a casa iba pensando en la historia de la joven amante de aquel hombre casado, alegrándome de su futuro, que Dios me perdone, pero bien merecido lo tendría si se cumplía.
Cuando llegué vi el carro de mi marido sobre la calle, estacionado afuera de la cochera. Me tomó por sorpresa cuando abrí el portón y lo vi ahí parado en medio de la oscuridad, iluminado solo por las luces de mi automóvil. Qué habrá pasado, pensé, algún accidente a lo mejor. Apagué el carro y bajé a toda prisa. Al acercarme vi la puerta de la casa abierta y por el pasillo, un par de maletas.
El corazón se me detuvo, creo que dejé de respirar. Solo veía las imágenes de una chiquilla cualquiera acostándose con mi esposo, ¡durante cinco años! Lo miré a los ojos con una rabia y un odio que no me conocía, estos sentimientos no eran yo misma. Luego vi en su rostro dibujarse la sorpresa, me miraba inquisitivamente, como si con los ojos me hiciera las preguntas.
Me imaginé que no esperaba mi reacción, porque claro ¿cómo podría yo saber algo de su engaño?
Y mientras más me acercaba a él, más calaba una oleada de dolor en mi pecho, me quemaba respirar. Quería gritar y romperlo todo. No quería ver a ese hombre despreciable que mandó a la chingada casi treinta años de mi vida, ¡dedicados a él! ¿¡Con qué derecho!? Y antes de que pudiera decirme nada, ese mismo impulso que llenaba mi pecho me hizo reaccionar; en la oscuridad busqué la piedra más grande de mi jardín y cumplí la profecía de mi amiga Rebeca.
Maté a ese hombre.